El gobierno de Hispanoamérica era, en apariencia, un sistema vertical. La vida urbana estaba marcada por los vestigios del centralismo del rey y de su representante, el virrey. A lo largo del período colonial, los habitantes de las ciudades salían de sus casas bajo el reclamo de ruidosas procesiones para darle la bienvenida al virrey, para celebrar el nacimiento de un nuevo heredero de la Corona o para mostrar el luto por la muerte de un monarca. Estos eventos, sorprendentes e irregulares, eran conmemorados con extravagancia y a su vez les proporcionaban a los espectadores una lección visual de política.

La posición de los participantes en este desfile revela la importancia de los mismos en la jerarquía política. Los indicios iban más allá de la elegancia y del color de las ropas o del peso de las espadas. Los miembros de la Audiencia, la rama judicial del gobierno español, montaban a caballo con grandeza, al igual que el virrey, mientras que los alcaldes les seguían a pie. En la mañana después del desfile, a los habitantes de la ciudad se les recordaba otra vez su papel dentro del sistema en el momento en que los cobradores de impuestos llamaban a sus puertas para recoger los impuestos que pagarían las celebraciones del día anterior.

Esta sección de Vistas se centra en los signos visibles de estas muestras de poder político. Lo menos sorprendente son los retratos del rey, desde las versiones pintadas que adornaban las paredes de las casas elegantes hasta las versiones en grabados que se encontraban en la moneda que circulaba desde la casa de la moneda hasta los mercados. Los siguientes en la escala de poder tras el monarca eran los virreyes designados por el mismo, cuyos retratos imitaban a los de los monarcas. Pese a eso, las imágenes de los poderosos no eran la principal manera en que se hacía visible el poder político. Este podía yacer en, y ser ejecutado a través de, los mapas del territorio, los bastones de mando y los palacios gubernamentales. Estos objetos y muestras visuales tenían una agencia, es decir que los líderes políticos utilizaban los festivales, los edificios y los retratos como una manera de refrescar la comprensión del público en cuanto a la jerarquía política se refiere. Mientras que algunos estudiosos interpretan estos eventos y objetos como propaganda forzada al populacho por una arrogante clase dominante, esto representa una visión muy básica. Para que fuese absorbida en la cultura visual, así como para mantenerse a través del tiempo, los bastones de mando y los retratos reales dependían de un acuerdo tácito entre los gobernados y los gobernantes para participar en los rituales que subyugaban a la gente.

Una metáfora constante a lo largo de las discusiones políticas y sus
expresiones visuales es la guerra, sin duda porque es el alfa y omega del
orden político: las guerras de conquista preceden al gobierno y las guerras
surgen cuando cae el gobierno. A principios del siglo XVI, la guerra y la
gobernación eran inseparables. Los conquistadores, los primeros españoles que les usurparon el poder a los gobernantes indígenas de las Américas, eran soldados curtidos. Los primeros virreyes, como es el caso de Antonio de Mendoza, tenían que blandir la espada tanto como el cetro. En la mayoría de los casos, se contentaban con invocar la iconografía de la guerra, en vez de hacer la guerra. La devoción a Santiago Matamoros tuvo un papel profundo y duradero en Hispanoamérica. Por todas las colonias, su imagen, montado a caballo y listo para el combate, fue pintada, esculpida y en algún caso llevada por las calles en procesiones.

El poder político y las obligaciones de gobernación no sólo provenían de los peninsulares y los criollos. Ya desde el tiempo de la conquista de México los españoles construyeron el estado colonial sobre los sistemas de gobierno nativos que ya existían. Los españoles les dieron a los líderes políticos nativos nuevos títulos y ritos de gobierno, aunque también fueron muy reacios, y probablemente incapaces, de desmantelar completamente los sistemas políticos indígenas pre-existentes. En el siglo XVI, muchos gobiernos locales de los pueblos indígenas eran gobernados por éstos, quienes mantenían sus reuniones en sus lenguas nativas, con poca interferencia o colaboración del exterior. Los objetos asociados con el poder político y religioso prehispánico, como los cálices de los andes conocidos como keros, seguían siendo intercambiados como regalos políticos, y seguían siendo mostrados en festividades públicas incluso mientras adquirían nuevos significados e imágenes. No sorprende el hecho de que estos objetos no se mantuvieran estáticos en su importancia, ya que los sistemas de gobernación nativos continuaron desarrollándose durante el período colonial.

Existen muchos objetos y documentos que relacionan el poder político temporal con el poder divino. Este tipo de unión tiene raíces muy profundas en España y en las Américas. En España los gobernantes creían que recibían su derecho a gobernar a través de un contrato con la gente que estaba sancionada por Dios y por la Iglesia católica. De manera similar, a los gobernantes en los estados indígenas prehispánicos se les atribuía un estatus divino o semi-divino. Las catedrales, como las que podemos encontrar en Lima, México, Puebla, Santo Domingo y Antigua, no eran sólo edificios donde se oraba. En ellas también reposaban los restos de los conquistadores y además servían para las misas de consagración de virreyes. La mayoría de las catedrales abrían sus puertas a las plazas mayores de las capitales de Hispanoamérica, compartiendo el orgullo de su emplazamiento con otros prestigiosos edificios gubernamentales.

En realidad los habitantes de Hispanoamérica vivían bajo el dominio de dos gobiernos yuxtapuestos, uno secular y otro eclesiástico, que en cierto modo eran inseparables. Al principio, por ejemplo, la conquista de territorio y el imperio político procedía junto con la conquista y la conversión de los nativos. El rastro físico y visual de dicha empresa aún está patente. Al igual que Santo Domingo emerge de la fundación de la Korikancha, hubo muchas otras iglesias construidas encima de las estructuras indígenas. Además, los grandes complejos monásticos fueron construidos bajo la supervisión de frailes en el siglo XVI. Esta misma empresa seguía viva durante la construcción de las misiones en Texas y California en el s. XVIII. A lo largo del período colonial, el deseo de evangelizar y civilizar siempre mantuvo unidos a la Iglesia y al estado.

La falta de poder político está también representada por lo visual. Las mujeres, y no el servicio, llevaban parasol; los esclavos de plantación llevaban poca ropa. A la mayoría de los indígenas se les prohibía montar a caballo y llevar espada, ambas cosas consideradas distintivos de los soldados y los caballeros. Pero esta falta generalizada de poder político por parte de las mujeres y de los indígenas no debe interpretarse como un vacío perpetuo. Las mujeres podían blandir su poder político dentro del auspicio de un convento, en donde podían ser las líderes de comunidades, supervisar a las novicias y controlar las considerables sumas de dinero que constituían los bienes comunales. Los hombres indígenas, especialmente la elite y los educados, podían tener un cargo público en las comunidades indígenas y encabezar cofradías, y gozaban de bastante poder en los asuntos locales.

Los objetos y los edificios destinados a las instituciones políticas establecidas, es decir el estado español y la Iglesia católica, son los que mejor se han conservado. A pesar de ello, quienes estaban fuera de este círculo hegemónico utilizaron lo visual para ayudar en sus pugnas por el poder político. Los líderes rebeldes, por ejemplo, muchas veces se apropiaban de las expresiones visuales del poder político. Cuando el rebelde andino Tupac Amaru II consiguió el poder en 1780, dispuso una ejecución pública muy elaborada del corregidor español, para mostrar su toma del sistema judicial del virrey. Este líder además se refería a sí mismo como el Inka, un nombre que evocaba el espectro de los gobernantes prehispánicos. El hecho de que su rebelión no tuviera éxito, en ciertos aspectos, constituye tan sólo un dato histórico, ya que las ambiciones de Tupac Amaru y su suerte fueron conmemoradas en la cultura visual tanto a través de pinturas y tejidos como en textos escritos y en narrativas orales.

Evocar el orden político de los imperios prehispánicos era una técnica
integral utilizada en las muestras de poder visual en Hispanoamérica. Los imperios derrotados por la conquista española, los aztecas en la Nueva España y los inkas en el Perú, eran los más evocados. Para mostrar la continua progresión de gobierno imperial, las carrozas y los arcos triunfales que celebraban a los nuevos monarcas españoles incluían imágenes de los inkas imperiales o aludían al pasado real de los aztecas. En los días festivos, la elite colonial andina que podía probar su ascendencia real llevaba túnicas elaboradamente bordadas y la mascaypacha, una especie de tela escarlata que se llevaba en la frente y que en tiempos de antaño había sido el distintivo oficial del inca supremo.

Ya en el siglo XIX, los líderes criollos y los indígenas se sentían impacientes y hartos del yugo que suponía el mandato colonial. La declaración de independencia de las colonias españolas y su transformación en los países latinoamericanos a principios del siglo XIX, no siguió una trayectoria única, ni visual ni políticamente. En la imagen de Simón Bolívar, un líder en las Guerras de Independencia, parece que la tradición de los retratos reales no fue simplemente ignorada sino transformada en una tradición republicana. Paralelamente, los símbolos y las referencias indígenas que resultaban familiares en tiempos coloniales aún se utilizaron después de la Independencia. Poca gente eliminó los rituales o los emblemas del pasado por completo. A lo largo del siglo XIX, ya bastante después de la Independencia, las nuevas naciones creadas en Hispanoamérica desarrollarían sus propias expresiones visuales para los nuevos contornos de su poder político.

             

 
 


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Copyright 2005, Dana Leibsohn and Barbara Mundy
Please credit as: Leibsohn, Dana, and Barbara Mundy, Vistas: Visual Culture in Spanish America, 1520-1820.
https://www.smith.edu/vistas, 2005.